Púdrete, 2020: Un Salmo

El 2020 ha sido un año difícil en un sinnúmero de circunstancias - sociales, políticas, salubres, económicas. En fin, que muchos queremos que pase el año. Y no que el 2021 se vislumbre mucho más esperanzador. Pero hay algo en comenzar un nuevo año que anima a pesar en como las cosas pueden ser, más que distintas, mejores.

Los salmos (tanto los que se encuentran en las Sagradas Escrituras, como los que escribimos, decimos y cantamos) nos dan oportunidad y espacio, entre otras cosas, de presentar nuestra cuitas tal y cual las sentimos. La compañera, amiga, y escritora, la Rvda. Katy Stenta, tuvo a bien escribir un salmo para esta época, el cual tituló Screw You 2020: A Psalm. A continuación encuentren mi traducción al español como invitación a orar como nos invitan los salmos de lamento. Sea este o el suyo - Dígalo. Escríbalo. Compártalo. Pero más importante, órelo.

Púdrete, 2020: Un Salmo

Púdrete, 2020. Piérdete en el polvo del tiempo.

Dios, permítenos tener buena memoria para recordar las injusticias, las enfermedades, y el hambre que nos gobernaron durante el 2020. Siempre estuvieron ahí, acechando. Les permitimos espacio, como a un demonio.

Púdrete, 2020, tu y el bus en el que llegaste, con fuegos en Australia, huracanes en el golfo (de México), y más fuegos en el occidente norteamericano. Púdrete, y también las explosiones causadas por (descuídos) humanos en Beirut, por robarte niños en Nigeria, por las inundaciones en Guatemala, y por la escurridiza pandemia que le quitó el aliento a los ancianos, y luego a quienes laboraron como primera línea de defensa, y luego a la población en general.

Que el sabor a 2020 sea quitado de nuestras bocas por aguas cristalinas y frescas que corren por la justicia. Que limpien nuestras prejuicios y egoísmos, y que nos enseñen que las aguas compartidas son más frescas. Que no vendamos agua, sino que sepamos compartirla como la sobreabundante gracia del Salvador.

Adios, 2020. No permitas que te golpee la puerta al salir con toda tus días de solitud, horrible salud mental y el tener que decirle adiós a seres queridos por teléfono o a través del cristal de la ventana.

Démosle la bienvenida a la nueva gente - aquellos que sufren complicaciones del virus a largo plazo, a los discapacitados (a quienes parece que por fin notamos), a los sobre trabajados y mal pagados trabajadores esenciales, los solitarios, los recientemente separados o divorciados, a los pobres y empobrecidos, y los indigentes y maltratados.

Reunamos a estas personas como la familia que son, (cuando sea posible en salud) organicemos una gran fiesta donde todos serán invitados, bienvenidos y aceptados. Sentemos a nuetra familia afrodescendiente y morena, a nuestra familia cuir, a nuestra familia distintamente capacitada en el mejor lugar de la mesa. Callémonos y prestemos nuestro oir (nuestra atención) a entender lo que han tratado de contar por tantos años.

Adiós, 2020. No todos te sobrevivimos. Quiera Dios que hayamos aprendido de ti.

Vete ya.

Pero yo y mi casa servimos al Dios de justicia. Este Dios no quiere hipocresía ni riqueza, sino acciones de paz.

Que seamos capaz de proveerle a todos de tal manera que nadie sienta que su valor depende de su capacidad de “producir”. Para aquellos que pueden trabajar, que podamos pagarles un sueldo digno. Que podamos educar bien, y sin reservas, a nuestra niñez. Que sepamos honrar y valorar al magisterio.

Que valoremos el conocimiento científico y el aprender sobre el egoísmo, la salud sobre el egoísmo, la comunidad sobre el egoísmo, los más vulnerables sobre el egoísmo.

Que sepamos ser amables y respetuosos de quienes trabajan en la industria alimentaria, los trabajadores postales, empacadores de almacén, y custodios, porque realizan el trabajo del Señor. Detengamos nuestras bocas al querer juzgar y hablar con desdén.

¿Por qué habremos de estar celosos cuando alguien empobrecido come bien?

¿Quiénes somos para decirle a nadie que no puede trabajar porque es discapacitado, que sólo valen $300 a la semana, y que no le es conveniente casarse?

¿Quiénes somos para calumniar a los padres que se quedan en casa, y a cuidadores de todo tipo, diciendo que cuidar es su responsabilidad y a la vez no darles ni comida digna?

¿Quiénes somos para criticar a quien depende del sistema familiar para sobrevivir, viviendo en un hogar intergeneracional, y luego culparlos de vivir en espacios inadecuados?

De cierto les digo, la gracia de Dios es infinita. Si Jesús estuviese acá estaría volcando las mesas del 2020 y de todos los causales de su debacle.

Él estaría alimentando a niños de edad escolar, y apoyando a sus padres y cuidadores.

Jesús estaría compartiendo la sabiduría de la comunidad gay y de su supervivencia de la pandemia del SIDA. Él estaría empoderando a los discapacitados a que nos enseñen, no como sobrevivir, sino como progresar a pesar de los confines que se nos puedan imponer.

Jesús le estaría dando refugio a los indigentes, alimentaría a los hambrientos, le daría ropa a los desnudos, ¡y nos enseñaría cuan sencillo es!

Jesús le daría descanso a los trabajadores esenciales. Él le daría aliento a quienes trabajan, viven y respiran hospitales y salas de urgencias. Él limpiaría por quienes hacen trabajo de limpieza.

Jesús callaría aquellos que cantan canciones peligrosas, y les daría espacio para que los cantantes para que puedan hacer su arte a salvo. Jesús animaría a los artistas que nos han dado cuentos y conciertos virtuales, lecciones y arcoíris para pasar esta tormenta.

Si Jesús estuviera acá, le daría alimento a los trabajadores de industrias alimentarias que han cerrado.

Jesús encontraría compañía, amigos por correspondencia, y burbujas para quienes se sienten solos, para los ancianos, para los solteros, para la niñez y para quienes han sido despreciados por su propia familia.

Jesús odia la hipocrecía, y desafiaría a los políticos que saben hablar bien para luego darle más dinero a los privilegiados. De manera especial, él le tocaría el hombro a los llamados seguidores de Cristo, y les recordaría el caminar humilde al que están llamados.

Jesús legitimaría y celebraría las maneras en que nos hemos adaptado y trabajado juntos. Jesús animaría a quienes tienen buenas noticias, y les diría que está bien tener algo de felicidad a pesar de todo, de tal manera que todos fuéramos inspirados a compartir esa alegría en toda forma posible.

Jesús no le da importancia a tus sandeces, 2020. Eres fuego en un contenedor de basura.

Y si Jesús no la da importancia, pues tampoco yo.

Púdrete, 2020.

Oramos de nuestros labios a los oídos de Dios.

Amén